El sábado me vi ascendiendo al Circo de Gredos acompañada de Atalanta y de mi Currito. 7'2 kilómetros desde la Plataforma de Hoyos del Espino hasta la Laguna Grande, en el corazón de la Sierra de Gredos. Tardamos alrededor de 2 horas, si no recuerdo mal. El camino fue fácil, y más contando con los consejos de Abel sobre el ritmo a seguir. La primera mitad va en ascenso y después se desciende hacia la laguna, bordeándola. Recuerdo que antes de llegar a la bajada, le pregunté a mi guía: "Cuando lleguemos... ¿me puedo tomar una cervecita, Abel?". Me miró y me dijo: "Joder, lo dices como si fuese tu padre. ¡Pues claro!". Nos echamos a reír. No recordaba que él me había contado que en El Refugio de La Laguna Grande vendían cerveza fresquita.
El paraje es increíble. Una laguna rodeada de montañas. Había mucha gente en el camino y en la laguna, pero era un ambiente tranquilo. Es una de las primeras cosas que me llamaron la atención: las personas en esas circunstancias. Es como si el estar concentrado en el camino o el estar en ese precioso lugar hiciera a la gente ser mejores personas: más amables, más comprensivas, más unidas. A pesar de haber tanta gente me sentía bien. No me molestaban. No pensé: "uff... qué de peña".
Efectivamente. Al llegar nos tomamos una cervecita al sol frente a la laguna. Comimos unos bocadillos ricos, ricos, de jamoncito con tomate y aceite de oliva cordobés, mmm... Qué bueno sabe todo después de la travesía... Tras echarnos un ratito, Abel dijo que se subía al Almanzor. Yo aún no sabía si subir o no. Al día siguiente tenía que trabajar 9 horas y no sabía cómo pasaría la noche en la tienda. Además soy consciente de que Abel está acostumbrado a estos trotes y de que él precisa de sus entrenamientos para el reto que le espera en Septiembre. No quería ser un lastre para él. Finalmente decidí subir, siempre estaba a tiempo de darme la vuelta si me veía mal y dejar que él subiera a su ritmo.
Dejamos todo lo innecesario en El Refugio Elola y comenzamos la ascensión. El pico tiene 2592 metros de altura, siendo el más alto del Sistema Central. Antes de llegar a la mitad del trayecto lo empecé a ver complicado. ¡Se veía tan lejos la cumbre! Y aún no habíamos llegado a lo más difícil. La lejanía me abrumó un poco, pero seguí pensando lo mismo: "Bueno, llegaré hasta donde pueda, siempre puedo darme la vuelta".
He leído que el trayecto es de 3'68 km. La primera mitad se hace muy bien. Se llega a un nevero y luego hay que seguir ascendiendo hacia la derecha. Ahí comienza lo peor, pero en el nevero cogí fuerzas. Me hizo mucha ilusión coger nieve en pleno agosto, qué punto. Curro también lo flipó. Se le veía feliz en la nieve. Estaba guapísimo. Pero yo creo que flipó más cuando nos vio seguir ascendiendo. Se quedó tumbado en la nieve y nos miró algo consternado. Nos costó convencerle para que nos siguiera. Al final cedió y atendió nuestras llamadas.
En Wikipedia pone que la ascensión al Pico Almanzor sólo es recomendable para montañeros con algo de experiencia, pero yo lo alcancé con apenas esfuerzo, la verdad. Creo que han exagerado un poco. Me pongo muy pepona cuando estoy cansada, y no recuerdo ni un mísero resoplo. Sí me sentía pesada cuando tenía que dar alguna zancada en zonas empinadas y tirar de mi cuerpo hacia arriba. En esos momentos, paraba un segundo, tomaba aire y adelante. Pero no sufrí.
El tramo contiguo al nevero es el peor, tanto en la subida como en la bajada. Hay muchas rocas que se mueven y tienes que ir con cuidado, por ti y por los que vienen detrás de ti. Además ya daba la sombra de la tarde, pues dejas al sol tras la montaña de tu izquierda, y allí empieza a refrescar temprano. Apenas llevaba ropa: top y pantalón corto. Pero no pasé frío al subir, sí al bajar.
Cuando llegas al estrechamiento de arriba piensas que eso no se va a acabar nunca, pero de repente empiezas a ver la luz. Una luz espectacular. Es el sol de la tarde al dejar atrás la montaña que te ha dado umbría durante el tramo complicado. Cuando repentinamente sientes el calor del sol y ves el paisaje del oeste se te quitan todos los males. Es precioso. Es una sensación única. Dan ganas de sentarse allí satisfecho. Se te olvida por un instante que todavía no has llegado a la cima. Crees por un momento que ya has llegado a la meta. Allí había gente sentada como pajarillos en sus nidos disfrutando del atardecer. La expresión de sus rostros lo decían todo. Sonrisas sanas y limpias, miradas llenas de luz. Transmitían todo. Todos felicitaban a Curro, no debe ser típico ver perros allá arriba.
Continuamos subiendo. A unos 10 metros de la cima Curro empezó a tener miedo. Decidimos que había que dejarle abajo. No era capaz de atarle en ningún sitio seguro, así que Abel y yo nos separamos. Subió él y yo me quedé con Curro. No tuve paciencia. Pude haberme sentado a disfrutar de las vistas, pero no podía estar quieta. Quería seguir como fuese. Empecé a recorrer las rocas de alrededor buscando un lugar seguro para Curro. Dios, qué mal lo pasé. No encontraba ningún lugar para dejarle y deseaba continuar de una forma enfermiza, me atrevería a decir.
Al rato escuché a Abel que me llamaba desde un recodo de mi derecha. Por ese lado se subía mejor, dijo, pero Curro seguía sin poder continuar, ya que en el último tramo hay que escalar un poquito. Además estaba muerto de miedo el pobrecillo. Al acercarme a Abel, vi un trocito plano en el que Curro cabía tumbado y donde podía atarle bien y le daba un poco de sombra. Además, si se movía de allí tenía puntos de apoyo para no ahogarse con la correa. Le puse allí y le dije que se quedara quieto, que ahora venía. Comprendió y obedeció. Yo continué subiendo. Al principio lloró un poquito, pero se calmaba al escucharme decirle: "Tranquilo, que ahora vengo". Me calmé al ver que había gente descendiendo, pues si hubieran visto mal al perro nos habrían avisado y no estábamos lejos. Antes de la cima, volví a preguntar: "Cuando lleguemos... ¿Me puedo tomar una cervecita, Abel?". Risas de nuevo.
En la cima... lloré. Lloré la alegría de haber llegado hasta allí. Lloré porque me sentía fuerte. Lloré porque mi vista no alcanzaba a mirar tan lejos. Lloré por la belleza del mundo. Lloré y envidié a nuestro planeta por lo bello y auténtico que es sin necesitar nada, siendo así como es. Su equilibrio, su bondad. Se agolparon muchas sensaciones en mi mente, y no tuve mucho tiempo para ordenarlas, pues había que asegurarse de que Curro estaba bien donde le habíamos dejado. No quería irme de allí. Me sentía afortunada y protegida por el paisaje, unida a la roca que pisaba, segura. El día me regaló disfrutar de aquello sin frío y sin viento, me siento agradecida por todo aquello.
Estas sensaciones me han recordado a un pequeño texto de Eduardo Galeano: La función del Arte. Dice así:
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—¡Ayúdame a mirar!
Curro se portó como un campeón, allí estaba tumbado esperándonos tranquilamente en el hueco donde le habíamos dejado momentos antes. Sólo se quedó a 10 metros de la cima. Está hecho un valiente. Bajar le costó más, mi pequeño se hizo heridas en las almohadillas de sus patas, pero no se quejó en ningún momento. Es el perro más valiente del mundo. Todavía se está recuperando.
Curro se portó como un campeón, allí estaba tumbado esperándonos tranquilamente en el hueco donde le habíamos dejado momentos antes. Sólo se quedó a 10 metros de la cima. Está hecho un valiente. Bajar le costó más, mi pequeño se hizo heridas en las almohadillas de sus patas, pero no se quejó en ningún momento. Es el perro más valiente del mundo. Todavía se está recuperando.
Yo descendí feliz. Me vi bajando con una sonrisa imborrable y con ritmo alegre, diciendo a voces: "El 14 de agosto del 2010, Alicia Tantata Chan y su amigo Curro, alcanzaron la cima del Almanzor. El pico se veía lejano e imposible poco antes de llegar a mitad del trayecto, pero su valentía y su fuerza han podido con todo. ¡Nadie puede con ellos! Son unos campeones...". Hasta que me resbalé, qué susto. A partir de ahí me concentré en la bajada, aplaqué mis emociones y mi ritmo y me aseguré de pisar donde debía. Ese es el tramo donde lo pasé peor físicamente. Mis rodillas no están acostumbradas y me dieron la lata tres o cuatro veces con pinchazos. También tenía frío, pero el bueno de Abel me dejó su camiseta. Antes de llegar al refugio, volví a preguntar: "Cuando lleguemos... ¿Me puedo tomar una cervecita, Abel?", jajajaja... La frase del día.
Hacía frío al llegar. Compramos dos cervecitas y fuimos hasta la poza. Abel se pegó un baño en el agua helada, yo ni me lo planteé. Tenía frío. Nos abrigamos bien, yo más. Llevaba mayas y pantalón y dos capas de forro polar y seguía teniendo las manos heladas. Nos echamos unas risas, porque se acercaron cuatro cabras por detrás de Curro en frente de nosotros, y el colega tardó un montón en verlas. Una pena no haber tenido batería en la cámara. Aún así, cuando las vio, pasó de ellas, estaba reventado.
Regresamos a la laguna, montamos el campamento y nos fuimos al refugio a cenar para entrar en calor. Ahí me entró la modorra, con el calorcito. Ni siquiera sentía hambre. Había muchísima gente cenando y de sobremesa armando jaleo, y ni los escuchaba. Abel se reía de lo empanada que estaba. Me quedaba pegada con la mirada perdida en quién sabe qué, sin pensar en nada. Después de cenar me espabilé un poco.
Ya en la tienda nos tumbamos dentro de los sacos con las cabezas por fuera para ver el cielo, pero al rato nos quedábamos fritos. Vimos algunas estrellas fugaces y hablamos sobre el espacio y las constelaciones. Curro estaba dormido al lado de Abel, y pegaba el viento frío por ese lado. Cada vez se pegaba más a él e intentaba meterse en su saco. Jajajaja... es graciosísimo cuando se pone tan pepón. Da igual lo que le digas, hace lo que quiere. Al poco nos metimos en la tienda los tres. Yo me dormí la primera.
Dormí genial. No me sentía cansada por la mañana. Desmontamos a las 8:30 y nos fuimos a desayunar al refugio. Curro cojeaba un poquito, pero caminaba sin problema. Después Abel se fue a entrenar. Fue corriendo hasta el Circo de las Cinco Lagunas, contiguo al que estábamos por el otro lado de la Laguna Grande. Mientras se alejaba, Curro no dejó de mirarle hasta que desapareció entre las rocas a lo lejos. Es un perro auténtico.
A eso de las 11:30-12 regresamos a la Plataforma. Todo bien, sin problema. Comimos en Hoyos del Espino y a las 16:15 estábamos en casa. En 20 minutos tenía que irme a trabajar. ¡Qué pena! Me habría quedado dos o tres días más allí arriba. En fin... Ha sido una experiencia única e irrepetible. Me gusta medir mis fuerzas. Me gusta la montaña. Me gusta haber vivido todo esto. No desperdiciaría ni un solo segundo de lo que he vivido allí. Sé que es algo que se quedará conmigo por siempre.
Hace tiempo un amigo me comparó con una mariposa al decirme que "era precioso verme volar libre y que si me atrapaban me estropeaban las alas". Este fin de semana me he sentido libre. Muy libre, muy fuerte, muy plena... Gracias otra vez, Atalanta.
Me ha costado elegir una canción, al final ha sido "Going Up The Country", de Canned Heat. Quizá porque la relaciono con Woodstock'69 o con el viaje de Chris McCandless en Hacia Rutas Salvajes, que inspiran libertad y buenas sensaciones. Aquí la dejo:
"I'm going up the country, baby, don't you wanna go I'm going up the country, baby, don't you wanna go I'm going to some place where I've never been before...".
Alicia, enhorabuena.
ResponderEliminarSon grandes sensaciones que vas a guardar para siempre, pero ten por seguro que una vez que has subido allí arriba querrás volver una y mil veces.
Puff, qué bien expresado lo que se siente cuando estás por ahí arriba, la libertad, la consciencia de lo poco que de verdad necesitamos, la paz..., qué ganas de volver a la montaña..
ResponderEliminarAunque lo de subir al Almanzor creo que no le pareció muy buena idea, el que mejor se lo pasó de todos fue Curro. Gredos es un lugar mágico. Me encantó ser testigo de cómo la gozaste. Además estás hecha una montañera. El sábado te diste una paliza de aupa. Por la noche, en el refugio estabas muy graciosa funcionando al ralentí, tú que eres siempre todo energía. Ya repetiremos.
ResponderEliminarCiegoSabino (siempre se me olvida tu nombre, jeje), gracias. Todavía lo veo como si estuviera allí. Ten claro que volveré. Hoy ya se lo he propuesto a unos amigos.
ResponderEliminarPrima, tú que escribes tan bien me haces sentirme muy halagada. Ains, qué familia de artistas, hay que ver para creer! Desde aquí te animo a que retomes tu blog y nos deleites con tu talento.
Abel... ¿Cuando lleguemos me puedo tomar una cervecita fresquita? Jajajajaa...
Sí,me di una buena paliza, pero con alegría. Es verdad, en el refugio estaba como si me hubiera fumado un chiripitifláutico, en serio. Estaba como colocada, pero gratis, jajaja... ¿Repetir? Claaaro, cuando quieras. Estoy ansiosa por vivir más y nuevas aventuras como ésta.