jueves, 17 de marzo de 2011

Sólo para escuchar...


Para Atalanta, en respuesta de su preciosa entrada.






EL BUSCADOR

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador. Un buscador es alguien que busca, no necesariamente  alguien que encuentra. Tampoco es alguien que necesariamente sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían desde un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. 

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó a lo lejos la ciudad de Kammir.  Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… La portezuela de bronce lo  invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquel lugar. El buscador traspaso  el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de ese paraíso multicolor. Sus ojos eran los de  un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción… "Abdul Tarek. Vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días". Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Miró a su alrededor. El hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla. decía "Yamir  Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas". El buscador se sintió terriblemente conmocionado.  Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido,  sobrepasaba apenas los 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y  lloró. 


El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

-Ningún familiar –dijo el buscador- ¿Qué  pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo  ha obligado a construir un cementerio para chicos?

El anciano, se sonrió: 
-Puede usted serenarse, -le dijo- no hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, ¿ve? Y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda qué fue lo disfrutado, a la derecha, cuánto tiempo duró ese gozo. Conoció a su novia y se enamoró de ella... ¿Cuánto tiempo duró esta pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas  y media? Y después… La emoción del primer beso... El placer maravilloso del primer beso... ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿y el casamiento de los amigos? ¿y el viaje más deseado? ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días? Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos intensamente, cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre agarrar su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.


Jorge Bucay








jueves, 3 de marzo de 2011

Si tuviese 46 años...

No sabría nada de mí misma  hasta los 7 años. Pero después sí.


 Después de cumplir los 7 años, el aire que me rodea comenzaría a estabilizarse, y las piedras que sostengo, habrían comenzado a dar los primeros testimonios de que algo vivo nacía en mí.


Sí. A lo largo de los tres años siguientes, se habrían multiplicado en mi piel miles de bacterias y de plantas, y con 45 años, los dinosaurios se convertirían en los dueños y señores de mis territorios.


Si tuviese 46 años, el fin de semana pasado habría sufrido las glaciaciones, y tan sólo haría 4 horas que habría conocido a los seres humanos.


Los seres humanos... 


Son imparables y no sé cómo manejarlos. Hace una hora que me han sorprendido con la Revolución Industrial y hace un segundo que empiezo a sentirme mal... Creo que estoy enfermando.










La Tierra (4.600 millones de años)