sábado, 28 de agosto de 2010

¿Algo adelantada? Quién sabe...


Hay en una de las paredes de mi cuarto un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto... Casi todo el tiempo, el reloj es sólo un inútil adorno en una blanquecina y vacía pared.

Sin embargo hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.

Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares marcan las 7 y los cu—cu y los gong de las demás máquinas hacen sonar por 7 veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces por día, a la mañana y a la noche, el reloj se siente en absoluta armonía con el resto del universo.

Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero pasado ese instante, cuando los otros relojes han acallado su canto y las manecillas siguen sus monótonos caminos, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que alguna vez detuvo su andar.

Y yo amo ese reloj y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez me siento más parecido a él— también yo estoy parado en un tiempo, también yo me siento clavado e inmóvil, también yo soy de alguna manera un adorno inútil en una pared vacía.

Pero tengo también fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora. Durante esos tiempos, yo siento que vivo. Todo está claro y el mundo se transforma en maravilloso. Yo puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todos los otros momentos. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.

La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como a mi amigo el reloj, también a mí se me escapa el tiempo de los otros.... Pasado estos momentos, los otros relojes que anidan en otros hombres, continúan su giro y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar que acostumbro a llamar vida.

Pero yo sé que la vida es otra cosa... Yo sé que la vida, la vida de verdad es la suma de aquellos momentos que aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía con el universo.

Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.

Sólo hay momentos de plenitud y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianeidad.

Por esto te amo, viejo reloj, porque somos la misma cosa tú y yo.





Este relato de Jorge Bucay me acompañó durante años. "Fue perfecto mientras duró", se me antoja decir ahora.

Esta mañana mientras desayunaba recordé este pequeño cuento al mirar la hora.

Tengo un reloj en la cocina, se podría decir cutre, pero lo aprecio de una manera especial. Es un Planeta Tierra de plástico que luce en la oscuridad. Me lo regalaron con una cala, seguramente comprada en los chinos junto con el reloj, en la mañana de un San Valentín, allá en el 2002 si no recuerdo mal.


Siempre se adelanta ese reloj. Da igual que lo pongas en hora, cuando menos te lo esperas, ya está casi media hora por delante. ¿Cómo lo hará?

Lo curioso es que quien me lo regaló tardó poco tiempo en comenzar a decirme lo mismo. Creces deprisa, y no te alcanzo... Y la frustración mutua llega, como un huracán que todo lo arrasa.




Hace años el conformismo me llevó a disfrutar solamente de las siete en punto. Mi tiempo se congelaba y yo apenas notaba el frío. Ahora cualquier hora, cualquier situación, conversación o actividad, puede ser susceptible de armonía con lo que me rodea.  

Por eso te amo, viejo reloj, porque somos la mima cosa tú y yo.




Para terminar, un vídeo que hice cuando abandoné la hora de mi antiguo reloj parado a las siete tras mi primer viaje liberador a Barcelona...


2 comentarios:

  1. Me gusta compartir algo de tu tiempo, tus ganas de avanzar, de evolucionar. ¿Quién sabe dónde irás? He visto el vídeo. Si es que eres una auténtica "pies negros" -anoche más que nunca-:). Me gusta más el peinado de ahora, el de la Princesa Leia. Buen post.

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  2. Pues tengo los mismos malos pelos, pero más largos, lo que pasa es que los domino con arte, jejeje. Fue genial pasear descalza por Salamanca, una experiencia inesperada más. Voy a intentar arreglar la sandalia con el sacabocados de cuero, a ver si lo consigo. Siento que aún es pronto para desprenderme de mis calendarios aztecas.

    ¿Dónde voy? Pues no lo sé. Lo que sé es que el camino mejora con el paso del tiempo, y eso es muy buena señal.

    Mi tiempo contigo... Puedo calificarlo como, sencillamente, maravilloso.

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