sábado, 3 de septiembre de 2011

Pequeñas Muertes



De un tiempo a esta parte he ido aprendiendo a ver la vida de forma distinta, gracias a la oportunidad de conocer a personas con diferentes perspectivas, y gracias también, por qué no decirlo, a mi actitud abierta para aprender de todo y de todos. Como decía el otro día a un amigo, pocos conocimientos han pasado por la comprobación irrefutable de un laboratorio en comparación a la infinitud de las teorías existentes. Así que bienvenidas sean todas, que las acogeré con mucho gusto.


Pues bien. Creo que todos tenemos claro que la vida termina en la muerte. Hablo de la vida como el periodo de tiempo que transcurre desde el nacimiento hasta la muerte, y en este caso, me refiero a la vida de las personas. Ahí ya aparece un concepto interesante: el tiempo. La vida es tiempo. Tiempo finito que confiere la importancia que le damos a la vida y al vivir. 








Y ahí, en el tiempo del vivir, es donde vemos que no existe el continuo. Que ningún día, década o minuto es idéntico a otro. Que nuestro tiempo está dividido en capítulos que nosotros mismos hemos decidido que así sean recordados, porque hubo hitos que marcaron un antes y un después y que separan etapas que cambiaron nuestro trayecto, nuestra visión del mundo, nuestro sino.


Nació mi hijo. Me fui a vivir a otra ciudad. Me enamoré. Perdí mi empleo. Dejé de beber. Retomé el contacto con una amiga de la infancia. Mi padre falleció. Me mudé a otra casa. Lo nuestro se acabó. Terminé la carrera. Te conocí. 








Pequeños nacimientos y pequeñas muertes de toda una vida. Y al igual que a cada nacimiento le damos sin reparo su espacio para el júbilo y la alegría, aunque nos pese, a cada muerte hemos de darle su espacio para el dolor. 


Toda muerte tiene su duelo, y ha de ser vivido para alcanzar la serenidad de nuevo. Y hay que pasar por la negación, por la tristeza y la rabia y por aspectos de desesperación y depresión, hasta ir aceptando poco a poco la nueva etapa y alcanzar la paz. Y hay que ir con cuidado de no anclarse en ninguna de estas etapas. Y hay que vivirlas todas. Podemos ser o no conscientes de ellas, sin embargo todas han de ser vividas. Son necesarias.


Hay teorías que hablan de duelos no terminados, donde la persona sigue sufriendo aunque lo niegue, y esa rabia o tristeza será proyectada en quienes la rodean de forma inconsciente. Y que ese dolor puede pasar de padres a hijos, generación tras generación, hasta llegar a ser incomprensible e imperceptible de forma consciente por las generaciones futuras. 


De niños tomamos como referente a nuestros padres. Les amamos y admiramos, aprendemos de ellos, recibimos amor de ellos. Sin embargo, también podemos adoptar sus reacciones y soportar cargas que dificultarán nuestra vida cuando seamos adultos. Reacciones y cargas que ni siquiera ellos son conscientes de tener, y mucho menos de transmitir a sus hijos en su vivir. De hecho, hay quienes afirman que el 70% de nuestros problemas psicológicos provienen de nuestra historia y  de nuestras relaciones familiares. 


Hay terapias en las que se puede trabajar ese dolor perpetuado por las generaciones pasadas. Se trata de las constelaciones familiares. Conozco a personas que las han practicado o visualizado, y al contarte transmiten algo... No sé como explicarlo. Les chispean los ojos al contarlo. Algún día visualizaré alguna, y si me animo, la protagonizo. Y ya os cuento cómo fue.


A lo que íbamos, amigos, no nieguen el dolor. El dolor se debe vivir para alcanzar la paz. No nieguen las pequeñas muertes de la vida o no podrán avanzar en el crecimiento personal.


"Cuando es hora de una transformación de toda la personalidad , del nacimiento de una actitud totalmente nueva, todo se seca por dentro y por fuera, y la vida se vuelve cada vez más estéril, hasta que la mente consciente se ve forzada a reconocer la gravedad de la situación y a aceptar la validez de lo inconsciente"
(Ser Mujer, un Viaje Heroico, de Maureen Murdock)




Termino con esta canción de un grupo de un amigo, de esos que también estuvieron en alguna etapa de mi vida, precediendo a una pequeña muerte, y cómo no, a algún nacimiento también.


Lectores y lectoras del blog, les presento a Los Routiers, con su canción Buffalo 66. Canción que, cuando la escucho, me lleva a las reflexiones que hoy he compartido con vosotros.






¡Imposible contenerme en poner otro vídeo!

Y es que el título de esta canción, y supongo que las voces que suenan al inicio de la misma, son de una peli que me encanta.
No he visto mucho cine independiente, bueno, en realidad no veo muchas pelis, pero Buffalo 66 me encantó. Es... Es genial.

Os dejo un momentazo de la película. No me deja insertarlo así que pinchad aquí.








2 comentarios:

  1. Hola,

    Me ha encantado tu post, quizás porque estoy en una de esas fases de superación de una pequeña muerte espiritual.
    Me gusta mucho como escribes, te encontré de casualidad, y te visito de vez en cuando.

    Un beso gordo, gracias por estos ratitos.

    Edu

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  2. Edu, muchas gracias por tus palabras y por tus visitas. Espero que esa pequeña muerte sea vivida sin muchos pesares, y sobre todo, que el nacimiento que la siga sea bien saboreado. Un abrazo!

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