sábado, 31 de julio de 2010

Empecemos con algo propio...

-Estás sobre un camino no transitado... ¿Te parece poco?

Observé de nuevo el camino bajo mis pies, y levanté la mirada hacia él. Ahí estaba plantado delante de mí, con una mirada burlona que exigía una respuesta, pero que al mismo tiempo irradiaba serenidad y confianza.

Me acerqué a él y se me antojó apoyarme en su hombro para ver qué había detrás de sus espaladas. Y vi... un montón de relojes... Un bosque de relojes... Raíces entrecruzadas aferradas al suelo estaban cubiertas por horas muertas. Los troncos de los árboles marcaban los tiempos con sus copas llenas de agujas de reloj, las cuáles surgían con sus pequeños minutos y segundillos que se desprendían de las extrañas ramas: unos volaban entre otros relojes, otros caían sobre las horas muertas.

-¿Te apetece dar un paseo? Seré tu Señor del Tiempo.

Asentí y cogí su mano sin poder retirar mis ojos del espectáculo que estaba presenciando, y nos adentramos en el Bosque del Tiempo.

Allí uno se sentía diferente, todo era posible... Todo tenía sentido y era sentido. A medida que avanzaba me sentí más y más sosegada, y solté mi mano de mi acompañante. Pude tocar los minutos que flotaban con la brisa, tentándome a tomar una dirección u otra... Pude explotar los segundos como si de pompas de jabón se tratara... Hice crujir las horas muertas y después las amontoné y me eché un rato sobre ellas, acariciando los nuevos brotes de las agujas de las extrañas copas, que simulaban sauces llorones entorno a mí... Tiempo nuevo no vivido...

Allí tendida pensé: "Llegué después de algunos años, y partí en el segundo en que llegué...". Después me quedé dormida entre las horas sumida en un profundo sueño.