García Carrasco inició su ponencia criticando a la propia pedagogía. “Veo gente muy mal educada” -dijo-, “y en Educación Ambiental también”.
A lo que quería llegar con estas expresiones, era a la importancia que tiene el currículo en la pedagogía y de cómo el propio lenguaje utilizado en la definición de sus características y funciones (delimita, acota, encuadra), termina convirtiendo un currículo educativo en algo restrictivo y cerrado, afirmando que tanta precisión y análisis muchas veces oculta otros aspectos que también son importantes y reales.
A este punto de vista lo denominó verticalidad del currículo. No es que Carrasco le quitara mérito, pero lo veía insuficiente. Para él la verticalidad es como quedarse en la superficie, como el conformarse con una única verdad, como el no atreverse a adentrarse en el maravilloso y apasionante mundo de lo desconocido. Para poder sumergirse en el conocimiento, dijo, es necesario cambiar el punto de vista y tener la capacidad de desdoblar la mirada hacia la transversalidad: intentar ver el todo de manera holística. “La transversalidad no es para pusilánimes”, afirmó, “pues educar significa proponer puntos de vista, y también, poner a prueba el propio”.
Para demostrar dicha verticalidad, nos ofreció algunos ejemplos, como la explicación escolar a la pregunta: ¿qué es un ser vivo?
Así, te muestran la foto de una vaca paciendo en una pradera, y sólo ves la vaca. Desde pequeño te enseñan a ver la figura y despreciar el fondo, cuando realmente la figura no existiría sin ese fondo: la pradera también es un ser vivo, y no sólo eso, además define a la vaca, y la vaca define al prado.
Así, desde la transversalidad, podemos ir más allá y estar más cerca de la verdad. No podemos definir ni describir a un ser vivo únicamente a través de sus características y sus funciones, sino que necesita definirse unido a su dominio vital, es decir, a su entorno. Por tanto, para comprender necesitamos conocer al ser vivo, conocer su entorno y conocer cómo se relaciona el ser vivo con su entorno, es decir, su forma de vida.
De la misma manera, que seremos capaces de comprender que el ser vivo necesita su dominio vital para sobrevivir, también comprenderemos el por qué de la no supervivencia. Son dos las maneras de acabar con un ser vivo: atacándole a él directamente, o vulnerando su dominio vital. Es curioso, pues generalmente nos parece más cruel la primera, y quizá sea la segunda la que peores consecuencias conlleve.
Todavía los hay que están peor que yo... |
Desde el dominio vital, un ser vivo tiene 3 características fundamentales que le definen: su plasticidad, su vulnerabilidad y su resiliencia. La plasticidad hace referencia a la capacidad de los seres vivos de adaptarse a las diferentes experiencias a las que se puede ver expuesto, y la resilencia, a la capacidad de resistencia a las adversidades y de reparación. Lo mismo que confiere a un ser vivo la plasticidad, le hace vulnerable. Por decirlo de alguna manera, el poder de adaptación tiene un precio.
Por ejemplo, tu vulnerabilidad te puede hacer caer en una depresión, sin embargo, tu plasticidad te confiere la capacidad de aprender a superarla, y tu resiliencia, a repararla.
De esta forma, estos conceptos cobran gran protagonismo en el ámbito de la pedagogía, pues como afirmó Carrasco en su ponencia, el educando, por ser plástico, puede aprender conocimientos, adquirir hábitos, actitudes, valores, etc, pero al mismo tiempo, por ser plástico puede ser maltratado, abandonado, traumatizado…
Por ello, es esencial conocer el dominio vital del educando y su relación con él, pues es ahí donde encontraremos sus posibilidades y sus límites.
El valor y el conocimiento de la interdependencia de todos los seres vivos deben ser adquiridos por todos: desde el docente hasta el educando, desde lo individual a lo colectivo, desde lo comunitario a lo internacional.
Anotaciones de la ponencia "Los dominios vitales y la pedagogía", por Joaquín García Carrasco.
Catedrático de Pedagogía en la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca.
Primera canción del día al poner la radio...
Pues me ha gustado mucho este post!!!...
ResponderEliminarAdemás lo veo muy relaccionado con la forma (en su acepción más plástica) que tenemos de ver las cosas. Es el cerebro (quizás por costumbre educacional) el que discrimina un objeto entre varios partiendo de una imagen compuesta. El ojo enfoca e ilumina y el cerebro se queda con lo que le interesa: normalmente lo más grande o lo que más destaca.
La capacidad de ver lo más pequeño, lo escondido o lo que ni siquiera está, es algo que hay que trabajar. Supongo que en la vida cotidiana, en la educación ambiental, el proceso es similar. Puede que sí sea importante no sólo cambiar el ángulo y la perspectiva sino también el enfoque.
Un besote!
Me alegra que te haya gustado! Que me decía Atalanta que estos tostones no se los lee nadie, ajajaja...
ResponderEliminarProbaré ese cambio de enfoque también, claro que sí!
Besicos mil!